miércoles, 30 de septiembre de 2009

Hace un año



Hace exactamente un año, me enteré que iba a ser madre. Cuando el señor del laboratorio me dio el positivo, mi corazón latía a mil por hora. ¡No lo podía creer, iba por fin, a sentir la maravillosa sensación de tener un bebé en el vientre!
Ese día lo planeé todo, no le dije nada a mi esposo por teléfono e hice une esfuerzo sobre humano por callarme la noticia durante todo el día. Por la noche, compré un babero y lo coloqué junto al examen de laboratorio.
Cuando mi esposo llegó a casa, venía muy estresado y por más que le hacía señas, no volteaba la cara hacia su almohada, donde descansaba la noticia más maravillosa que le hubiera dicho jamás.
Finalmente, luego de conducirlo hacia el secreto, Ernesto vio el babero, tomó el sobre, lo leyó y se puso a llorar. Lloraba profundamente, como no lo había visto jamás, lloraba lágrimas de alegría ante la hermosa noticia de que iba a ser papá.
Desde ese día y hasta el día del nacimiento de nuestra Raquel, fuimos los papás más dichosos.
La cuidamos durante ocho meses, le dimos de comer, le pusimos la música de su tortuga favorita, la arrullamos, pero sobre todo, la amamos con toda nuestra alma, cada segundo que vivió en esta tierra.
Cuando enfermó, el dolor empezó a extender sus tentáculos hasta la fibra más profunda de nuestros corazones y cuando finalmente, murió, pensamos que no había más allá. ¡Se había muerto nuestra razón de ser!
A casi 5 meses de su partida, Raquel nos ha impulsado a continuar amando a todo y a todos aquellos que nos rodean. Mi Princesa adorada, aún fallecida, continúa haciéndonos amar.
Hoy he sentido el dolor en su estado más intenso, mi Pequeña Flor se ha ido, pero me ha dejado su más admirable legado.

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